Antecedentes históricos

El 14 de mayo de 1980, se encontraron centenares de personas de diferentes comunidades que habían llegado a vivir en Las Aradas, un caserío del Cantón Yurique, situado a las orillas del Río Sumpul en la frontera con la República de Honduras, que forma parte del Municipio de San José Ojos de Agua del Departamento de Chalatenango en El Salvador. Se reunieron ahí en búsqueda. de protección ya que, en sus lugares de origen, a diario eran perseguidos por el ejército, guardias nacionales y paramilitares de ORDEN (Organización Democrática Nacionalista).

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Felipe, campesino de 25 años en aquel entonces, se reunió con los campesinos que habían llegado. Ana que tenía 12 años, también se encontraba ahí con su madre y su hermana de 15 años. También estaba Yaneth, una mujer de 19 años, acompañada de su padre y su bebé. Todos se habían refugiado allí porque históricamente ese lugar era tranquilo y cuando se sabía que venían los operativos militares o los de ORDEN, se organizaban y cruzaban el Río Sumpul para esconderse en los montes del territorio hondureño hasta que la tropa salvadoreña se retirara de Las Aradas.

Eran las 7:30 de la mañana del 14 de mayo cuando el ejército salvadoreño inició el operativo. Entraron por todas partes, Felipe vio un grupo de soldados bajando de los cerros, corriendo y disparando. Se escuchaban balazos y explosiones de las granadas que tiraban por todos lados. Muchas familias corrían con sus hijos e hijas tratando de escapar, algunas se quedaron refugiadas en los cercos de piedra, protegiendo a sus hijos, mientras que otros corrían aterrorizados hacia el Río Sumpul. Cuando él llegó al río, pudo ver la cantidad de personas que por miedo de ser capturadas se lanzaron al río y se estaban ahogando. El río estaba muy crecido debido a que durante la noche anterior había llovido mucho. La corriente arrastraba a la gente. Felipe se lanzó al río y un grupo de mujeres lo estaban ahogando. No sabe de dónde sacó fuerzas, pero en la agonía de la muerte se sumergió hasta el fondo y logró escapar. Salió tosiendo de tanta agua que había tragado y haciendo un esfuerzo pudo cruzar el río. Cuando logró ponerse de pie –con el agua hasta el pecho–, ya el ejército estaba en el borde del río ametrallando a todas las personas que se estaban ahogando. Vio caer a gente delante de él, pero Dios es tan grande y poderoso que le permitió salir con bien. Cuando logró salir del río, Felipe subió a un barranco cercano desde donde pudo ver como un grupo del ejército metido en el agua estaba matando a las personas que habían quedado heridas, mientras que otro buscaba a hombres, mujeres y niños que se habían escondido entre los arbustos en la orilla del río.

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Ana y Yaneth también corrieron hacia el río y no se veía otra cosa que sólo gente ahogándose. Ana vio a su familia viva en el río pero heridos por las balas de los soldados. Ella vio como el río se llevó a su hermana y se ahogó. Yaneth trataba de sostener a su bebé cuando cruzaba el río, pero una corriente se lo llevó. Cuando llegó al otro lado corrió río abajo, se puso a buscar a su hijo entre los muertos y lo encontró muertecito, no respiraba. El padre de Yaneth lo recogió y lo puso entre las piedras. Apretándole el pecho logró revivirlo, lo cual para Yaneth fue un milagro. Inmediatamente, se fueron a esconder entre los arbustos. Felipe, estando escondido en las orillas del río, ya en territorio hondureño, vio que venían dos helicópteros ametrallando a los que aún estaban en el río ahogándose, eran tantas las balas de los helicópteros que le dio miedo y se fue más adentro en el territorio hondureño.

Uno no entiende tanto odio, por qué mataron a los niños inocentes. Este fue un operativo militar bien planificado por el alto mando de las fuerzas armadas salvadoreñas en coordinación con las fuerzas armadas hondureñas, quienes desde un día antes habían militarizado y acordonado el área del Río Sumpul para impedir que la población de Las Aradas se fuera a refugiar a territorio hondureño. Incluso en los caseríos fronterizos del territorio hondureño se encontraban familias salvadoreñas viviendo, a las que personas de buen corazón les habían abierto las puertas de sus viviendas, pero el ejército hondureño les obligó a regresarse a El Salvador ante lo cual, algunas familias prefirieron esconderse en los montes del territorio hondureño. Vale destacar que los soldados hondureños son responsables de muchos asesinatos porque a pesar de que muchas personas lograron cruzar el río, ellos las capturaron para entregarlas al ejército salvadoreño, quienes luego colocaron en filas a mujeres, hombres, niños y niñas, para fusilarlos.

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Al final de la operación habían muerto aproximadamente 600 campesinos y campesinas, incluyendo mujeres, niños y ancianos. La Masacre del Río Sumpul, como se conoció, marcó el inicio de una nueva era en el conflicto civil de El Salvador. No fue solamente una de las primeras operaciones militares que dejó evidencia de las estrategias brutales de contrainsurgencia que llevaba a cabo la fuerza armada salvadoreña (Comisión de la Verdad para El Salvador, 1993), también creó el primer grupo internacionalmente reconocido de refugiados salvadoreños de guerra. Decenas de personas escaparon a los pueblos fronterizos de Honduras. Mientras el gobierno enviaba escuadrones de muerte a los departamentos de Chalatenango, Cabañas y Morazán, las noticias de otras masacres–como la Masacre de El Mozote y la Masacre del Río Lempa– llegaban a la comunidad internacional, pero otras muchas masacres siguen sin documentar. Eventualmente más de 43,000 salvadoreños habían cruzado la frontera con Honduras, lo cual obligó al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) a establecer cuatro campos de refugio: La Virtud, Mesa Grande, Colomoncagua y San Antonio. Otros permanecieron en El Salvador (usualmente con la protección de las guerrillas del FMLN, Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional) intentando esquivar los ataques militares del gobierno en las guindas, una manera de movilidad permanente para esquivar las columnas del ejército. En ambas maneras de escape, los campesinos se enfrentaron al terror, hambre, extenuación, secuestro de niños, bombardeos frecuentes, asesinatos extrajudiciales y masacres.

A pesar de las negativas oficiales, los testimonios de los sobrevivientes de los escuadrones de la muerte y de las masacres llevadas a cabo por los militares del gobierno salvadoreño fueron corroborados por la Comisión de la Verdad para El Salvador, de las Naciones Unidas, en su reporte final De la locura a la esperanza (1993), el cual responsabilizó a los agentes del estado salvadoreño por el 85% de las violaciones en tiempos bélicos, incluyendo la Masacre del Río Sumpul. La Comisión registró un total de 22,000 denuncias de “graves actos de violencia” y describió formas institucionalizadas de violencia desde represión y desapariciones hasta operaciones militares que resultaron en asesinatos en masa. Aunque la Comisión urgió al gobierno de El Salvador a proseguir con indemnizaciones y a erigir un monumento nacional con los nombres de las víctimas de la violencia estatal, ninguna de las administraciones hasta la fecha lo han hecho. Al contrario, lo que ha ocurrido es que la sociedad civil salvadoreña ha llenado el vacío. Comités locales de memoria histórica, sobrevivientes y ONGs han coordinado numerosas iniciativas para recuperar y proteger las historias de las comunidades: documentación de testimonios, exhumación de familiares en los sitios de las masacres y tumbas clandestinas, reunificación de familias que perdieron a sus hijos en secuestros y adopciones ilícitas internacionales, establecimiento de murales históricos, memoriales, y museos pequeños, además de eventos comunitarios como peregrinaciones a los que fueron campos de refugio en Honduras, celebraciones de las fechas de repoblación, conmemoraciones de las masacres y misas por los que fueron asesinados.


La Asociación de Sobrevivientes de la Masacre del Sumpul y Otras Masacres de Chalatenango ha surgido en un momento importante para los salvadoreños. Los sobrevivientes de las masacres están envejeciendo, el conocimiento intergeneracional sobre la historia de la guerra civil está en un estado crítico, y los llamados de la Comisión de la Verdad para El Salvador de 1993 de memorizar a las víctimas de la violencia estatal no han sido escuchados. No obstante mientras mucha gente prefiere seguir en silencio sobre sus experiencias durante la guerra, muchos otros sienten un gran sentido de urgencia para contribuir a documentar la historia y los planes de la Asociación son absolutamente esenciales en estos esfuerzos. Aquellos que vivieron la guerra muchas veces sienten que tienen una obligación moral de transmitir la verdad a las nuevas generaciones de El Salvador, no sólo para que no se repitan los traumas de la guerra, pero también para reconocer, honrar y seguir construyendo las conquistas que se lograron con tanto sufrimiento durante la guerra, como la libertad de expresión, de asociación, y de elegir democráticamente a líderes gubernamentales. Muchos de los sobrevivientes de las masacres en Chalatenango han enfatizado que, solamente continuando la lucha y recordando a los que murieron, la sociedad salvadoreña podrá alcanzar un futuro de paz con dignidad, reconciliación y justicia para todos.